Bienvenidos al penúltimo post relativo al viaje a Hawaii, en el que podréis disfrutar del apasionante relato de cómo logramos volver a España.
Nos levantamos el día 7, con la maravillosa perspectiva de tener que recoger la habitación antes de las 11, que es cuando teníamos que salir. Así que, después del último Desayuno, nos pusimos a la tarea.
Comenzamos por hacer las últimas compras, es decir: las camisas hawaiianas. Variedad había mucha, como es de esperar, aunque la mayoría o eran horribles (si, Adriwan, hablo de la de los flamencos) o la tela era tan mala que dudo que pasasen del primer lavado. Al final, me quedé con una azul y blanca muy chula que, por descontado, me apresuré a ponerme.
El resto del día discurrió con tranquilidad, con mucha toma de sol y baños en la piscina y en la laguna del hotel. Tras una deliciosa pizza para cenar, nos dispusimos, alegres y felices nosotros, a tomar el bus que nos iba a llevar al aeropuerto.
A partir de aquí, podría detenerme en muchos puntos en esta parte del viaje. Sin embargo, una de las razones de escribir sobre esto es para recordarlo en el futuro, y quiero quedarme sólo con lo bueno. Así que lo voy a resumir mucho.
No nos vino a buscar nadie, hasta que al final convencimos a un conductor de la misma compañía para que nos llevase. Al llegar al aeropuerto e ir a facturar, nos enteramos de que el vuelo no salía esa noche, sino la siguiente. Pero en el Hilton ya no nos quedaban más noches de hotel.
Conclusión: hay que pasar 24 horas más en Hawaii. Gracias a la maravillosa Cathy, empleada de American Airlines, pudimos encontrar un hotel en Waikiki a un precio baratillo (para lo que es Waikiki) en el que pasar la noche.
A la mañana siguiente, tras conseguir conectarme a Internet para avisar a alguien para que fuese por mí al reparto de destinos Erasmus (al que ya no iba a llegar), fuimos a desayunar. Compárese el desayuno buffet de los días anteriores (que nos servía también de comida) con el de este:
A continuación, todo el día deambulando por parques de Waikiki y haciendo el mono hasta que llegó media tarde y cogimos un bus (esta vez que lo pedimos nosotros y no la agencia sí que llegó, ¡aleluya!) para el aeropuerto. Finalmente, 24 horas más tarde de lo previsto, cogimos el primer vuelo, hasta Los Ángeles.
Una vez allí, teníamos que coger el segundo avión, hasta Miami. Pero se retrasó. Tres horas. Así que para la hora en la que llegamos a Miami el vuelo a Madrid ya había salido. Y no había otro hasta el día siguiente.
24 horas más en Miami.
Esta vez, al menos, el hotel y las comidas nos las pagaba American. Así pues, tras lograr encontrar el bus que llevaba al hotel (si en Honolulu el transporte público es un lío, no querais saber cómo es en Miami), llegamos al segundo Hilton que visitabamos en una semana. Para ser un hotel de aeropuerto, no estaba nada mal: tenía incluso piscina.
El día siguiente nos levantamos con la noticia de que Fidel Castro dejaba el cargo. No sé si fue por eso, pero el camarero cubano del restaurante del hotel nos dejó coger buffet libre (¡Pero apúrense!) cuando los vales que nos dieron en el aeropuerto no nos llegaban para tanto.
Al fin, esa noche cogimos el último vuelo, Miami-Madrid. Tras nueve horas, cena y desayuno incluidos, tocamos tierra española.
El mejor viaje de mi vida hasta la fecha tocaba a su fin.
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